La escopeta de los Casablanca La Junta de Castilla y León dio permiso a un aristócrata para cazar LOBOS ICOlobos durante cuatro meses con métodos prohibidos en la Reserva de Caza de Urbión (Soria). La autorización la fi rma el director técnico de este espacio protegido, amigo del hijo de la marquesa de Casablanca. Reportaje por: Joaquín Vidal Fotografías por: Pablo Vázquez

27/11/06 Resulta que iban dos agentes medioambientales por una reserva de caza y se encontraron con la escopeta de los Casablanca. No estaba el avezado cazador en una situación honrosa para su fama. Dieron con él encaramado a un andamio amarillo, vestido de negro a la manera de los guerreros ninja. A su alrededor, artilugios que, a decir de los expertos, dan ventaja injusta sobre las piezas: además de la escopeta bien cargada, había focos y cebos atados a unos robles para fijar a la diana. Fueron razones más que sobradas para que los guardianes del bosque recelaran. Sin duda es que no conocían la alcurnia, prestigio y altruismo del montero. Y lo hacían sin razón: la escopeta de los Casablanca, el aristócrata, tenía oficio escrito para cazar, sin límite de medios, tiempo o lugar, a la especie más esquiva, misteriosa y feroz del bosque: el lobo ibérico. El lobo es un mito. El lobo es malo o bueno, según se diga. Pero muy rentable y caro de cazar, una pieza cotizada. Como en el far west, no es lo mismo abatirlo al norte que al sur del Duero, barrera natural en la que pasa de protegido a cazable, aunque él no lo sepa. ¡Ay, el Canis lupus, al que Félix Rodríguez de la Fuente elevó a la categoría de mito! No sabía la feroz camada que habita y come ciervos muertos en la Reserva de Caza de Urbión que se iba a topar con un ninja sobre un andamio, la escopeta de los Casablanca, un avezado cazador al que el Gobierno autónomo de Castilla y León ha tenido que recurrir, amedrentado, atemorizado por el lobo, acuciado por la escasez de plantilla de celadores de caza, inexpertos, incompetentes e incapaces de acecharlo y abatirlo. Pero sigamos con el lance de los agentes forestales, incapaces de reconocer a un experto cazador vestido de ninja encima de un andamio. Moscas, pidieron la autorización para el acecho al lobo. Aunque la había, les parecía extraño que un técnico de segundo nivel -el director técnico de la Reserva de Urbión, no el aparentemente preceptivo director general- hubiera autorizado a alguien a disparar a un número de piezas indefinido e ilimitado, ayudándose de casi cualquier método -incluidos los habitualmente ilegales, como el uso de focos-, por cualquier parte del coto, hasta en las zonas de seguridad, durante cuatro meses. No podían entender que, evidentemente, un cazador tan excepcional no iba a disparar contra ciudadanos en los pueblos -que son las zonas de seguridad-, sino sólo contra el lobo feroz. Y que no iba a fallar el tiro, claro. Tanto tiempo vigilando los montes, sin duda hicieron ignorantes a los agentes medioambientales de las decisiones meditadas por el director técnico de la Reserva de Caza, Juan Carlos Lafuente de Pablo. Éste permitía a don Carlos Pérez- Victoria Zárate, descendiente y heredero de los marqueses de Casablanca, a «abatir ejemplares de lobo (.) durante el periodo comprendido entre el 30 de octubre de 2004 y el 13 de febrero de 2005, sin limitación de días ni horarios». Es que este gestor consideraba que los celadores de su plantilla, aún siendo miembros desde hace años de la patrulla del lobo, no estaban capacitados para dar muerte al Canis lupus. Por eso recurrió a los servicios de un «cazador experimentado» que enseñara a los torpes celadores. Claro, que todo esto lo sabemos porque los agentes edioambientales, celosos de su labor, estaban extrañados por un permiso de un tipo que no habían visto en toda su carrera profesional, un permiso sin registro de salida de la Administración y entregado en mano por un celador. Porque se autorizara una cacería sin límite de una especie que hay que cuidar con mimo. Se les ocurrió pedir razón de este extraño permiso de caza a la superioridad. Ya lo dijo la jueza, que fue quien archivó la denuncia que por estos hechos pusieron los agentes: «Exceso de celo». Aunque hay quien pudiera pensar que alguna razón para recelar tenían. Por ejemplo, en cuanto descubrieron al del andamio y lo comunicaron a la superioridad -el jefe de servicio de Medio Ambiente en Soria-, el permiso ilimitado fue revocado fulminantemente. Porque hasta el personal de la Administración, para hacer labores de control cinegético -eufemismo que define administrativamente a la caza selectiva de animales sobrantes-, necesita el permiso de puño y letra del director general de Valladolid. Bueno, elementos suficientes para, a su juicio de funcionarios cualificados y agentes judiciales, presentar una querella criminal. Juan Carlos de la Fuente, el gestor de la Reserva de Caza de Urbión, aclaró a la jueza que recurrió al aristócrata para que enseñara a los celadores sus técnicas de caza de lobo. Porque el lobo atemorizaba en la región, con 19 ataques a ganado en los últimos tres años (seis al año). No pasa nada porque se acreditara que no hay registrado ningún ataque de lobo, ya que se trató de un embrollo burocrático. El caso es que el lobo come carne y se sale de una reserva llena de corzos, ciervos y animalitos, donde los celadores les dejan comida servida, y se van a los pueblos a practicar su legendaria ferocidad. Vaya. Por eso, el director técnico llamó a don Carlos Pérez-Victoria Zárate para que enseñara a los inexpertos celadores. Su labor docente y montera la llevaría a cabo esos cuatro meses. Una de las técnicas que iba a enseñar era la de subirse a un andamio escondido en una mata de robles, con un cebo de ciervos muertos a tiro a menos de cien metros. Cuando el feroz lobo llegara de noche y se enganchara con la trampa que le habían preparado los celadores (que, aunque torpes, supieron abatir muchos ciervos y los ataron a los árboles para que el lobo no se fuera corriendo con la suculenta paletilla del cadáver a su guarida), encendería los focos para deslumbrarlo y matarlo. Impecable. Lafuente dijo en el juicio que sabía de buena tinta de la habilidad del de Casablanca. Se conocían de los tiempos de estudiantes. Además, habían cazado juntos en el coto de caza del suegro del aristócrata. Porque don Carlos Pérez-Victoria contó en el juicio que había acudido a cazar lobos a Rumanía en cinco ocasiones y dio a entender que conocía perfectamente también cómo funcionaban estas artes en Rusia. Incluso dijo que perdía dinero ayudando a su amigo Lafuente. El aristócrata es dueño de varias fincas -algunas de caza y una con castillo medieval- en Medinaceli (Soria) y de un palacete en esta villa, y es promotor de un parque eólico (el de Villaseca) que recibió objeciones de la asociación ecologista Asden. Los agentes, ya lo dijo la jueza, «celosos» de su deber, no se han conformado y han recurrido el archivo inicial de la causa a la Audiencia Provincial de Soria, porque quieren que se aclare si el permiso fue legal, o si se trata de un caso de prevaricación y cohecho. Muy equivocados están. Quiá, que diría el Azarías de Los santos inocentes, el señor marqués no es un furtivo. Tiene permiso. Ilimitado.